19 ago 2012

La Acrópolis de Atenas

Bueno chicos y chicas, esta noche estreno otra nueva sección llamada Memorias del Arte, en la cuál yo mismo me pondré en la piel de un personaje ficticio en una época determinada, en este caso, la Grecia Clásica. Por supuesto, los hechos que narro son ficticios, siendo de esta forma como una idealización por mi parte de la vida social de la época desde mi punto de vista. Sin más preámbulos, espero que os guste la nueva sección, y espero que comentéis a ver que opináis.Comenzamos.
LA CIUDAD DE NIKO

Os presento a Niko, un chico nacido en la Grecia Clásica, concretamente en Atenas, allá por el año 415 a.C. Ya estamos en el año 400 a.C., y Niko tiene 15 años. Un chico bastante alto para su edad, y muy listo. Tan sólo lleva poco más de 1 año siendo discípulo del gran Platón. Éste, gran amigo del padre de Niko, aceptó a chico como discípulo con la condición de no faltar a ninguno de sus paseos, esos largos paseos en los que se cuenta que Platón deleitaba a sus seguidores con sus pensamientos, impregnando de conocimiento a todo aquel que se acercaba a su lado. Niko, como cada mañana se despierta ansioso de acudir a los jardines del filósofo heleno. Y ahora, dejemos que Niko nos cuente todo lo que viva durante este relato.

Bonita mañana, alumbrada gracias a nuestro querido Dios Apolo, quien fuera Dios para poder salir cada mañana con el en su carro y poder despertar a mi ciudad con el primer resplandor del Sol. Llego a la mesa, y mi madre me ha preparado el desayuno con el pan de piso con higos. Doy gracias a nuestra Diosa del hogar, Hestia. Aprisa salgo de casa camino de los exuberantes jardines de mi mentor, oh Platón, un día más vuelvo a ti, fuente de sabiduría en toda Atenas. Como siempre, una figura esbelta, ancha y entrañable permanece sentada bajo el gran árbol. Así es mi mentor, incesante en su pensamiento, tan confuso como a la vez inimaginable, difícil para aquel que no conozca a mi mentor.



Buenos días maestro, que Zeus le proteja.

Los días son buenos si honras a los dioses, Niko.

Gracias maestro, estoy deseando escuchar las sabias palabras que hoy salgan de su mente.

No tan rápido, joven. Tengo que hablar con todos vosotros, así pues, acercaos a mi jóvenes pupilos, tengo una importante noticia que dar.


Todos, expectantes, nos acercamos al regazo de nuestro maestro, y aquel señor con larga barba oscura, aunque ya un poco canosa, nos miró a todos y cada uno, como queriendo captar nuestra atención. Al parecer, el maestro tenía algo que contar, y por la situación, era importante.



"Mis fieles pupilos, he tenido una revelación, al fin, y tras mucho vagar por la inmensidad de mi mente, he obtenido la respuesta a cuál es mi destino en este mundo, tan cegado y apartado de la verdadera realidad, atrapado en una cueva, encadenado y alejado del verdadero conocimiento, ese que, alumnos mios, os intento inculcar cada día, y acercaros al verdadero conocimiento, aquel que os llevará a lo más alto del Olimpo. Y bien, sin mas dilación, he de deciros que voy a crear una escuela, en la cual, podrá venir todo aquel que quiera seguir la senda que dejo tras de mi. Y esa escuela será conocida por toda Grecia como la Academia".


La Academia. Nunca había escuchado esa palabra de mi maestro, y mucho menos de mis padres. Esa es la palabra que me ronda la cabeza hasta el momento en que me marcho del jardín del maestro.

Como cada día, me dirijo a la Acrópolis de mi ciudad. Cruzo el ágora y con semblante abstracto y perdido, prosigo mi camino hacia la ciudad amurallada.

¿Cuántos hombres y durante cuanto tiempo habrán invertido en tan fabulosa ciudadela?

Llego al pie del templo de Atenea Partenos, la Diosa de nuestra ciudad. El templo es pequeño, pero a la vez sencillo, no se porque pero me gusta, tal vez sea por la sencillez de sus columnas, o porque a su lado no parezco tan insignificante a los ojos de nuestra Diosa.

Tras orar ante el templo, prosigo, y al fondo de mi trayecto puedo vislumbrar el Erecteion, y a sus siempre elegantes Cariátides, de las cuáles creo que se sentirán orgullosas de aquél que las esculpió con manos como las de Dédalo.

Escucho el jolgorio y los aplausos de los espectadores al pie de la colina, allá en el teatro de nuestro venerado Dioniso. Ah, adoro las tragedias de Aristófanes.

Y al fondo, inmóvil en el tiempo, indemne al pasado, orgullo de Atenas y de la propia Atenea, reflejo del pensamiento del gran Fidias, el más grande de todos escultores de Grecia, te doy las gracias por brindar al pueblo ateniense la hermosa imagen del mayor y majestuoso Templo jamás construido en honor a nuestra protectora Atenea.

Colores tan vivos como la sangre de nuestros guerreros, realzan la grandeza de Fidias y sus manos, comparables a las de un Dios del Olimpo. Más que parecer un friso, parece un arcoirirs para el dichoso ojo del que lo admira.

Las columnas, tan grandes y a la vez tan bellas, parecen ser auténticos acantos que realzan la silueta de nuestro templo.

Y finalmente, donde termina mi día, aquí, frente a la estatua de bronce de Atenea, más brillante incluso que el mismísimo sol que pasea cada día por nuestro cielo el Dios Apolo. Con la mirada perdida, sé que perdurará en el tiempo, y que los hijos de nuestros hijos les hablarán a sus hijos de la que fue la mas hermosa y grandiosa Diosa que custodia Atenas. Oh Atenea, ilumina mis días, como lo llevas haciendo todo este tiempo atrás, porque nadie te recordará tanto como yo, ni aunque pasen los años y mi tumba sea sepultada, yo seguiré aquí a tu lado, orando frente a ti.




[caption id="attachment_40" align="aligncenter" width="500"] Por los siglos de los siglos.[/caption]

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