El carro de heno, El Bosco; entre 1485 y 1490
El Bosco, un virtuoso de su tiempo, crítico con la sociedad de la época, poniéndose en contra de la religión, aún más corrupta si cabe, que arrebataba la esperanza a los fieles y tenía al pueblo sumido en una espiral de terror espiritual del cual se aprovechaban las altas clases. Vamos a ver que secretos e intenciones se ocultan tras este simbólico cuadro de uno de los artistas más entrañables de la pintura.
El heno era muy apreciado en la época, tanto por campesinos como burgueses. Además, el heno siempre fue utilizado como metáfora para los muchos refranes que se extendían por Flandes, así como nombrado en textos bíblicos, epístolas y personajes religiosos que querían concienciar al mundo de actuar de una forma correcta. Aquí, el Bosco muestra el carro de heno en marcha, y a su paso ante la avariciosa muchedumbre, aplasta a los avaros y sigue su camino, haciendo alusión a que la vida tiene un rumbo fijo y nunca se detiene, por lo que si te retrasas con los placeres terrenales y no sigues un camino recto, te quedarás atrás y acabarás en el infierno. Esto era lo que se solía decir en la época y lo que quiso representar el Bosco, advirtiendo así que ya llegará la hora de los malhechores y los inocentes, ya que Dios los mira a todos con los mismo ojos, y todo lo que hayan sido en vida, la muerte se lo arrebatará y los preparará para el juicio final.
El Bosco en este cuadro pinta a varias criatura híbridas como un pez con piernas, o un hombre con cabeza de ratón. Éstas tiran del carro de heno que mantiene a la muchedumbre obsesionada con este. Lo que realmente nos intenta decir sobre estas criaturas, que eran esbirros de Satanás, es que eran seres híbridos, en contra de la naturaleza, con formas inimaginables y que desafiaban la naturaleza divina que en su día confeccionó Dios, el todopoderoso y perfecto. Lo que es curioso es que, en ese tiempo, las numerosas apariciones de enviados de Satán en forma de animales o insectos desagradables eran muy abundantes en los relatos populares, llegando incluso a adoptar formas humanoides que intentaban seducir a los monjes y monjas. Se creía que los actos involuntarios como reír, suspirar o estornudar eran provocados por estas criaturas invisibles. Por eso, el Bosco es tan conocido y tiene tanta fama de innovador y visionario de su tiempo, porque su propia imaginación, exenta de alucinaciones demoníacas, era incluso más productiva que la de los propios atormentados.
Durante la época de el Bosco, se extendió la noticia de los pactos con el Diablo. El abandono de la fe, la falta de confianza en la iglesia, la cuál estaba más ocupada en sus asuntos terrenales antes que espirituales, propició que mucha gente dejara de creer en la iglesia, haciendo así, que el hombre llegara a un momento en su vida en el que tuviera que decidir si creer o no en la iglesia, lo que era considerado entonces en estar de parte de Dios o del Diablo. Se creo la inquisición con el objetivo de castigar a aquellos que hubieran pactado con el Diablo, brujas, brujos... no habría piedad para ellos, algo que sabemos a día de hoy. El Bosco nos intenta mostrar en esta escena que aunque haya un poco de orden dentro del caos, siempre habrá alguien que rompa esa calma, como se ve en el contraste entre los tres personajes del primer plano, con los dos de detrás besándose y el mirón tras el matorral. Así, el Bosco pinta a un demonio azul que rompe con la escena. Sin duda, el mal estaba presente en todo los rincones, ya fuera demoníaco, o no. El humanista Erasmo de Rotterdam decía que este miedo infundado por la iglesia hacia las brujas y los poseídos era una burda invención creada por los propios inquisidores.
Un profeta en la Edad Media. Así es como se considera al Bosco. Sus ideas cambiaron la forma de ver la pintura, creó, en cierta medida, un pre-surrealismo. Podía incluir con sutileza metáforas dentro de sus cuadros y más de uno representado en ellos ni se daría cuenta. El Bosco se preguntaría, seguramente por lo que vemos en sus cuadros, el por qué de las cosas que ocurrían en sus días, y que deberían no ocurrir de aquella grotesca forma. En la esquina inferior derecha pinta a un monje barrigudo que sujeta una vaso de vino, mientras está sentado mirando como recogen el heno. El Bosco pensaría para sí, ¿cómo un hombre que ama tan fervorosamente los bienes terrenales, va a poder amar de la misma forma a Dios? El Bosco ya anticipaba los problemas sociales de los próximos siglos. El paisaje árido del primer plano es producto de la avaricia de los hombres, que sin ningún pudor se intentan adueñar de todo lo que pueden, arrebatándoselo a quien sea, sin remordimientos. Esto es lo que hace que su alrededor se marchite, y como nos muestra el artista, el paisaje frondoso del fondo pronto sucumbirá también a los pecados del hombre.
Que razón tenía este señor, sin duda, era un genio tanto dentro, como fuera de la pintura, las razones para no creer en la iglesia eran muchas, y el artista nunca dudó en expresarlas. Gracias a estos artistas, el arte es hoy un poco más interesante de lo que hubiera sido sin ellos.
Un saludo, espero que os haya gustado, un saludo a todos.
Atentamente, F. Lirola.
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